Los altares son el espacio reservado a las almas de los difuntos, es su lugar limitado y ritualizado en donde se cumplen sus gustos, se le “nutre” con la esencia y aromas (que es lo que comen los muertos) de la comida y la bebida, los más pequeños, además, juegan con sus juguetes.
Este es el espacio donde cada año las almas de los difuntos conviven con sus familiares en un festín lleno de olores y sabores.
FICHA INFORMATIVA |
Las festividades indígenas en torno a los muertos tiene lugar en un grupo de territorios localizados en la región centro-sur de México,
donde son comparadas con poblaciones no indígenas que habitan de manera conjunta los mismos espacios.
Los pueblos indígenas que reproducen esta tradición
habitan específicamente 20 de los 31 estados que integran la República Mexicana, estos son:
el Distrito Federal, Campeche, Chiapas, Durango, Estado de México, Guanajuato, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Morelos, Nayarit, Oaxaca, Puebla, Querétaro,
Quintana Roo, San Luis Potosí, Tabasco, Tlaxcala, Veracruz, Yucatán y Zacatecas.
|
|
Para los aztecas lo que determinaba el lugar al que iba el alma después de la muerte no era el comportamiento en esta vida, sino principalmente la forma en que moría y la ocupación que en vida tuvo el difunto.
|
Reflejo del sincretismo de dos culturas, la indígena y la hispana, la fiesta de Días de Muertos impregna un nuevo lenguaje y una escenografía de la muerte y de los muertos. Esta fecha, además de crear múltiples efectos, a sido causa y origen de una enorme variedad de expresiones culturales. Es una de las celebraciones más importantes de México: se rinde culto a los antepasados.
Según el calendario católico, el día uno de noviembre esta dedicado a Todos los Santos y el día dos a los Fieles Difuntos; es el tiempo en que las almas de los parientes fallecidos regresan a casa para convivir con los familiares vivos y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los altares domésticos.
La muerte es el tránsito mas duro e inexplicable para el ser humano, ha sido en todas las culturas y en todos los tiempos objeto de reflexión, ceremonias y rituales; a través de este tiempo se ha tratado de responder el destino de los muertos: el alma deja el cuerpo para dirigirse a un lugar destinado según la manera en que vivió.
En México los antecedentes de la fiesta de difuntos actual y del concepto de la muerte pueden encontrarse tanto en las creencias prehispánicas como en las ideas traídas por los conquistadores y frailes evangelizadores a raíz de la conquista.
Para los aztecas lo que determinaba el lugar al que iba el alma después de la muerte no era el comportamiento en esta vida, sino principalmente la forma en que moría y la ocupación que en vida tuvo el difunto.
Antes de la llegada de los españoles esta celebración se realizaba en el mes de agosto, era llamada la fiesta de los descarnados y coincidía con el ciclo agrícola del maíz, la calabaza, el garbanzo y el frijol. Los productos cosechados de la tierra eran parte de la ofrenda. Con el cristianismo se difundió la idea de que, según la conducta observada en vida, a los muertos les esperaba el cielo, el infierno, el purgatorio o limbo. En mayor o menos medida, estas ideas se sincretizaron con las de grupos indígenas (mexicas, mixtecas, texcocanos, zapotecas, tlaxcaltecas, chontales, y otros pueblos de nuestro país) y grupos mestizos lo que, con algunas modificaciones, dio lugar a las festividades en la época actual.
Los días señalados por la iglesia católica para honrar a los muertos son el 31 de octubre, 1º y 2 de noviembre (día de Todos los Santos y Fieles Difuntos respectivamente). Sin embargo, existen zonas indígenas y rurales en las que dicha celebración inicia en la última semana de octubre (25 al 30) y primeros días de noviembre (1 al 3) o bien, llegan a extenderse a lo largo de todo el mes de noviembre, como en el caso de los chontales de Tabasco.
LOS DÍAS ESPERADOS
Las almas –se dice- llegan en orden. Quienes murieron el mes anterior al día de Todos los Santos (1º de noviembre) no reciben ofrenda pues carecen de tiempo para obtener permiso de volver, habrá que esperar un año para acudir a la celebración. El día 28 de octubre esta destinado a los muertos por causa de un accidente, por violencia o asesinados, cuando se conoce el lugar del percance se llevan flores de muertos (cempoalxóchitl) y veladoras que se depositan en aquel sitio. El día 30 de octubre se recuerda y espera la llegada de los niños que murieron sin ser bautizados quienes son llamados “limbos” o “limbitos”. En algunos lugares el día 31 de octubre, pero generalmente el 1º de noviembre, se esperan las almas de los “chiquitos” o “angelitos”, es decir, a aquellos que murieron siendo niños; se les ofrenda con flores blancas, juguetes, platos llenos de dulces, panecitos y veladoras. Para el día dos se espera la llegada de las almas de los fallecidos en edad adulta.
LOS ALTARES Y SU OFRENDA
Por lo general, las festividades comienzan desde el 28 de octubre cuando se prepara la colocación de la ofrenda. Los dias principales, tanto en zonas rurales como urbanas, son los días 31 de octubre 1º y 2 de noviembre donde, basados en la creencia de que los muertos regresan, se preparan altares con ofrendas, siendo este el rasgo más importante de dicha celebración.
La ofrenda es un ofrecimiento de atención y servicio a los difuntos. Es el sitio sagrado donde los vivos honran a sus muertos, por ello, los altares con sus ofrendas cumplen un papel preponderante en la celebración de Días de Muertos.
Las ofrendas se colocan en los altares domésticos, que se ubican en un lugar determinado dentro de la casa o sobre mesas de uso cotidiano, se preparan con antelación y solemnidad. Se cubre con finos manteles o papel picado (cortes que se hacen al papel produciendo diferentes figuras); según sea la costumbre regional se adorna con hojas de plátano, palmillas, petates de tule, pencas de plátanos o naranjas, se coloca un arco sobre el altar adornado de flores y las hojas antes mencionadas; también se agregan flores de cempoalxóchitl, crisantemos, veladoras, incensarios, la fotografía del muerto, y todo lo que a él le agradaba cuando estaba vivo; así el altar puede contener alimentos como: arroz, mole con pollo, pozole, diferentes guisados, tamales, frijoles, atole, café, tortillas, agua natural, refrescos, tequila, agua miel, mezcal, pulque, cervezas, cigarros, maíz o elotes, fruta, donas, pan, calaveras de azúcar, amaranto y chocolate con el nombre del difunto. Es costumbre en algunos lugares, que los incensarios, los candelabros y las vajillas donde se sirve la comida de los difuntos, sean nuevos; por lo que cada año se prevé el gasto de la compra; después de ser “usados” por el muerto, sirven para uso cotidiano. Si el altar es para un niño, además de lo anterior, se colocan juguetes, ceras con la figura de un angelito, la fotografía del difunto, dulces y hasta la ropa del pequeño. También se colocan en los altares imágenes de santos, de la virgen de Guadalupe o a la que se le rinda culto (la “patrona” del pueblo), cruces de madera o bien, una cruz de ceniza dibujada sobre el piso. Las flores de cempoalxóchitl se colocan sobre floreros o en ramos sueltos y se adorna el altar o se ponen en hilera. En muchas regiones se cortan los pétalos y se esparcen sobre el piso formando un camino desde la entrada de la casa hacia el altar, con el fin de que el alma de difunto se guíe para llegar a su ofrenda.
LA VISITA AL PANTEÓN
Una costumbre primordial es acudir al panteón para visitar la tumba del fallecido; ésta se arregla cortando las flores y hojarascas, se barre y limpian de la tierra, después son adornadas con flores, veladoras y las ofrendas son depositadas sobre el sepulcro. En muchas localidades, las tumbas son pintadas de diversos y llamativos colores lo que da un toque singular a los cementerios en esta celebración. En otros sitios (como en Oaxaca) en los sepulcros se hacen diversas figuras de barro ya sean calaveras, esqueletos, incluso figuras que eran del agrado de la persona cuando vivía, por ejemplo, si al muerto le gustaba el futbol, se hace la representación de un estadio adornado con pequeños esqueletos simulando los jugadores. Además, en los panteones, es común ver y escuchar mariachis, tríos o bandas regionales interpretando canciones que eran del agrado del difunto. Se acude a misa y el sacerdote recorre los sepulcros rezando por los que han fallecido; la gente pasa toda la noche conviviendo entre olores, sabores, algarabía y la luz de las veladoras rodeados entre vivos y muertos. Después las familias regresan a sus casas y, por la tarde, se realiza la “levantada” de la ofrenda.
Se dice que para entonces los alimentos ya han perdido su esencia y aroma, y con ello se da la ofrenda a parientes y amigos, con lo que finaliza la festividad. En algunas áreas la ceremonia continua y la costumbre se refuerzan con la narración de relatos alusivos y otros oficios religiosos.
La celebración de Días de Muertos es una cálida convivencia entre los vivos y aquellos que se “nos adelantaron en el camino”, en muchas comunidades este festejo mantiene lazos de unión y tradición entre los habitantes de la comunidad.
Por todo lo anterior, el difunto obtiene conciencia de que no ha sido olvidado, de que aun vive en el recuerdo de sus familiares porque es objeto de atenciones especiales en el día de su celebración.
|